Lusi quiere ir a casa

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Wanda López Agostini

Rayner Peña y Francisco Touceiro

La niña, de siete años, de cabellos tan enrollados como tornillitos color azabache y una brillante sonrisa sueña con ser veterinaria. Pero ahora su anhelo más grande es reencontrarse con su mamá y tres de sus hermanos, de los que fue separada hace unos años.

Para el séptimo cumpleaños de Lusi, las niñas y las monjas de la casa hogar le prepararon una torta de vainilla con chispitas de chocolate para celebrar. Sobre la mesa del comedor, sirvieron pasta con huevo y sopa de auyama, pero la invitada especial no llegó ni al almuerzo, ni a los juegos en la terraza, ni para verla apagar las velas. Este 29 de abril, mamá no asistió.

Lusi y su hermana Clara llevan ocho meses viviendo en una nueva casa hogar, que comparten con otros 17 niños y adolescentes —entre 6 y 19 años de edad— que tienen, al igual que ellas, medidas de abrigo por no poder estar con sus familias de origen. En el lugar, ubicado a 32,2 kilómetros de Caracas, reciben educación, vestimenta, comida, vivienda y, sobre todo, afecto. Sin embargo, el mayor anhelo de Lusi es volver a estar con su familia.

Después de tanto esperar a que llegaran en su cumpleaños, pasaron dos semanas para que sus padres la visitaran. Mamá llevaba consigo una doctora de juguete, papá un paquete de galletas de fresa, esas que tanto le gustan a Lusi.

Al cumpleaños siete de Lusi no llegó la invitada más importante: mamá.

—Ni que fuéramos familia —exclama Lusi, luego de que se le pidiera que abrazara a un grupo de compañeros para tomarse una foto en la terraza de la casa hogar.

Se distancia del resto, los ve desde lejos y decide no participar en la instantánea. Al rato, continúa en lo suyo y retoma los juegos. Lleva puesto un vestido naranja, unas botas caqui y un gran lazo que hace juego con su atuendo. En su muñeca izquierda resalta un reloj multicolor, tan vibrante como la sonrisa que presume.

En enero de 2017, Lusi y sus cuatro hermanos fueron asistidos por una asociación civil encargada de proteger a niños que se encuentran en situación de vulnerabilidad, de la cual Lusi y Clara fueron transferidas hace ocho meses porque esta institución solo atiende a niños menores de seis años y ambas niñas habían superado esa edad. Las casas hogares, entidades de atención, responden a distintas necesidades. Gran parte de las instituciones están sectorizadas por causas de abandono, edad de los menores y sexo.

Lusi tiene dos años viviendo en casas hogares. Pero en esos cuidados y compañía diaria no logra ver una familia

La causa del quiebre en la estructura familiar que lleva a Lusi a una casa hogar fue “negligencia parental”, luego de que su hermano menor muriera por los descuidos de su madre, explica la trabajadora social del hogar donde vive actualmente la niña.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) define la negligencia parental como la ausencia de protección y cuidado oportuno por parte de quienes deben resguardar la integridad del infante.

De acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos de los Niños, promulgada por la Organización de las Naciones Unidas, todo niño y adolescente tiene derecho a tener una familia en la que pueda desarrollarse.

En aquellos casos en los que se quebranta la integridad física o emocional del niño, el Estado deberá hacerse responsable de amparar el bienestar del infante, otorgándole los cuidados a otra familia o a una casa hogar, entidad de atención, mientras se solventan los problemas en el núcleo familiar.

Porque todo niño tiene derecho a una familia. Lo establece también la Ley Orgánica de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (Lopnna). El artículo 26 de esa norma estipula que si el niño no puede crecer en su familia de origen debe ser criado en una familia sustituta que brinde afecto y seguridad.

“Ni que fuéramos familia”, exclama Lusi, luego de que se le pidiera que abrazara a un grupo de compañeros para tomarse una foto en la terraza de la casa hogar.

Lusi y Clara son las únicas de los cinco hermanos que no están en familias sustitutas. Sin embargo, Lusi tuvo la oportunidad de regresar a un ambiente familiar, pero el proceso no prosperó. Vivió por aproximadamente un mes con una mujer soltera que tenía las condiciones mínimas de vivienda y estabilidad económica, pero la convivencia no dio resultados positivos.

La trabajadora social de la institución comenta que Lusi comenzó a «sabotear» la etapa de vinculación y la señora desistió del proceso.

—Le decía cosas como «tú no eres mi mamá», «tú no eres mi familia», «mi mamá me va a venir a buscar». De repente la niña comenzó a tener un muy mal comportamiento dentro de la casa, hacía pataletas y, bueno, la señora terminó desistiendo.

Ageyeimar Gil, investigadora de Cecodap, organización que vela por los derechos de la infancia en Venezuela, explica que las organizaciones que se encargan de programas de colocación familiar establecen los protocolos de atención.

—Si una familia no garantiza la protección integral del niño o si no hay un buen encuentro entre el niño y la familia ese proceso se considera fracasado y el niño vuelve a una entidad de atención.

Lusi recuerda su experiencia con otra madre mientras hojea su cuaderno de matemáticas:

—Yo hacía todas las cosas bien, pero a ellos no les gustaba —suelta mirando fijamente la hoja en la que se lee la palabra “ma”, figura que dice haber coloreado pensando en su mamá.

Lusi y Clara son las únicas de los cinco hermanos que no están en familias sustitutas.

Lusi añora los tiempos en los que formó parte de la otra organización, donde estuvo hasta que cumplió seis años, porque su mamá iba constantemente a visitarlos.

—Quisiera que viniera más —suelta con nostalgia.

Aunque ella piense que han transcurrido pocos días desde la última visita de mamá, ocurrida 15 días después de su cumpleaños, la verdad es que han pasado tres meses. Su hermana Clara, en cambio, recuerda bien la fecha de la última vez que la vio.

Lusi intentó estar con una familia. Vivió por varios meses con una señora, pero la convivencia no dio resultados positivos. 

Lusi no decae ante los abandonos. Sigue creyendo en esa familia conformada por mamá y sus hermanos, destaca la trabajadora social.

—Como ahorita está con su hermana, Lusi siente seguridad. A pesar de no estar con sus papás, ella se siente segura junto a su hermana —destaca Valverde.

Lusi sueña con ese hogar en el que pueda jugar a ser una veterinaria capaz de proteger y cuidar a muchos animales, especialmente a los caballos, su animal favorito.

—Me gustaría vivir en una casa con mi mamá, con Clara y con mis otros hermanitos. Pero no se puede, porque mi mamá no tiene dónde vivir.

Aunque mamá ha manifestado en varias oportunidades que quisiera llevarse a las niñas, ella asegura que en estos momentos no cuenta con las condiciones requeridas, señala la trabajadora social de la casa hogar. En cambio su papá, agrega, sí tiene las oportunidades económicas y de vivienda que pudiesen servir de abrigo para Lusi, pero él tiene la firme idea de que los hijos deben estar junto a su madre.

La realidad del caso no se acerca a los deseos de Lusi. Mientras, sigue cumpliendo años en un lugar que le ofrece materialmente lo que una niña de su edad necesita. Pero que no logra cumplir con su deseo y su derecho de crecer en familia.

Sueña con su hogar: el poder reencontrarse con su mamá y sus hermanos.

*Los nombres de las niñas se cambiaron para proteger su identidad.

Alejandro y su mamá de corazón

Había una vez un niño que tenía cejas gruesas y pestañas largas. Vivía en una casa hogar sobre una colina, donde jugaba a construir carros con tacos. Allí compartía con otros niños que al igual que él no tenían mamá ni papá que los cuidaran. Un día, llegó una señora con su esposo y lo conocieron. En ese instante sintieron que podían ser sus padres de corazón. Su nombre es Alejandro y este es su cuento de verdad.

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